domingo, 18 de mayo de 2014

El 18 de mayo de 1781: "Tupac Amaru".



TUPAC AMARU

  ¡Y NO PODRÁN MATARLO!
El 18 de mayo de 1781, la plaza mayor del Cuzco fue escenario de la terrible ejecución de José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru, su familia y principales jefes de la revolución que marca el hito más importante de nuestra historia. El visitador español José Antonio de Areche, al ordenar la muerte de Túpac Amaru, declaró que sus crímenes eran de lesa patria por haber destruido los obrajes, abolido la mita y por haberse hecho pintar en cuadros con tropas imperiales... Lo condenó a que presenciara la ejecución de sus esposa, de sus hijos, tío, hermano político, prima y de sus principales seguidores; se le amarrarían cada uno de sus miembros a la cincha de un
caballo, los que arrancarían simultáneamente hasta descuartizarlo, el cuerpo sería quemado en el pueblo de Tinta; y, por último, los miembros enterrados en cuatro distintas ciudades. Se demolerían todas sus haciendas, se le confiscarían todos sus bienes y toda su parentela se declaraba infame, los documentos y papeles referentes a su descendencia se habrían de quemar por verdugo; se prohibió el uso del vestido de los Incas; se ordenó que sus retratos fuesen destruidos y quemados, que se destruyeran todos los instrumentos musicales de los indígenas y que todos los “peruanos” (como se llamaba a los indígenas) adoptasen el traje español; prohibiéndose también el uso del idioma quechua y la lectura de los “Comentarios Reales” del Inca Garcilaso de la Vega.

“No se encuentra entre todos los anales del barbarismo - escribió el historiador inglés Sir Clements Robert Markham-, un solo documento que iguale a éste en bellaquería y feroz brutalidad... Esta horrenda sentencia, con todas sus atrocidades, fue llevada a cabo al pie de la letra. El 18 de mayo de 1781 Areche hizo rodear la plaza del Cuzco por soldados españoles y por tropas de negros; y saliendo los diez ajusticiados de la iglesia de los jesuitas, marcharon al patíbulo. Una de estas víctimas fue el ilustre patriota Túpac Amaru; en la mañana lo visitó en su prisión el visitador Areche y trató de hacerle declarar quiénes eran los cómplices en la rebelión... ‘Vos y yo somos los únicos conspiradores’, le dijo el Inca. ‘Vos por opresor del pueblo y porque os habéis hecho ya insoportable, y yo por haber tratado de libertarlo de tanta tiranía’.
Y la horrenda condena, con todas sus atrocidades, fue llevada a cabo al pie de la letra: "Primero ahorcaron a Antonio Bastidas, hermano político del Inca, y a tres de sus capitanes; a los otros seis condenados, los metieron en unos sacos que se usaban para empacar el mate o yerba del Paraguay y los hicieron arrastrar de espaldas por caballos, hasta el centro de la plaza; a Francisco, tío del Inca, hombre de cerca de ochenta años, y a Hipólito Túpac Amaru, mozo de veinte, se les arrancó la lengua y se les aplicó la pena de garrote con un tornillo de hierro, el primero que se vio en el Cuzco. En seguida se colocó a Micaela, la querida e idolatrada esposa del Inca, sobre el mismo patíbulo; se le cortó la lengua y en presencia de su torturado esposo, se le colocó el tornillo al cuello, con lo que sufrió horriblemente, por tener el pescuezo demasiado pequeño y el tornillo no ajustaba bien; viendo que de este modo no podían acabar de matarla, le echaron un lazo al cuello y jalaron fuertemente de él, dándole horribles puntapiés en el pecho y en el estómago, y de este modo pusieron fin a sus sufrimientos. El Inca subió en seguida al tabladillo, se le quitaron los grillos y esposas y se le arrancó la lengua; después se le tendió en el suelo, se le amarraron fuertemente las muñecas y los tobillos a las cinchas de cuatro caballos, haciéndolos partir simultáneamente en distintas direcciones. Cuando se levantó el cuerpo en el aire, Fernando, el hijo menor del Inca, niño de diez años a quien se le obligó a presenciar la inmolación, lanzó un grito desgarrador, grito que por muchos años repercutió en el corazón de todos los concurrentes, acrecentando su odio contra los opresores. Fue este grito la sentencia de muerte de la dominación española en la América del Sur. Pero aún no habían terminado estos horrores: los caballos no partieron en el mismo instante, de modo que al mutilado cuerpo de Túpac Amaru le quedaron aún varios momentos de vida; por último, el cruel Areche, que presenciaba el sacrificio desde una ventana del antiguo colegio de los jesuitas, ordenó que le cortasen la

cabeza. Al niño Fernando se le hizo pasar por debajo del tabladillo y se le condenó a cárcel perpetua".
Terminó así la vida terrena de José Gabriel Condorcanqui, mas no su proyección porque su ejemplo mantiene plena vigencia. Lo expresó así, en un momento de inspiración sublime, el gran Alejandro Romualdo, en su “Canto coral a Túpac Amaru, que es la libertad”:

CANTO CORAL A TUPAC AMARU.

Lo harán volar
con dinamita. En masa,
lo cargarán, lo arrastrarán. A golpes
le llenarán de pólvora la boca.
Lo volarán:
¡Y no podrán matarlo!
Lo pondrán de cabeza. Arrancarán
sus deseos, sus dientes y sus gritos.
Lo patearán a toda furia. Luego
lo sangrarán:
¡Y no podrán matarlo!
Coronarán con sangre su cabeza;
sus pómulos con golpes. Y con clavos
sus costillas. Le harán morder el polvo.
Lo golpearán:
¡Y no podrán matarlo!
Le sacarán los sueños y los ojos.
Querrán descuartizarlo grito a grito.
Lo escupirán. Y a golpe de matanza
lo clavarán:
¡Y no podrán matarlo!
Lo pondrán en el centro de la plaza,
boca arriba, mirando al infinito.
Le amarrarán los miembros. A la mala
tirarán: ¡Y no podrán matarlo!
Querrán volarlo y no podrán volarlo.
Querrán romperlo y no podrán romperlo.
Querrán matarlo y no podrán matarlo.
Querrán descuartizarlo, triturarlo,
mancharlo, pisotearlo, desalmarlo.
Querrán volarlo y no podrán volarlo.
Querrán romperlo y no podrán romperlo.
Querrán matarlo y no podrán matarlo.
Al tercer día de los sufrimientos,
cuando se crea todo consumado
gritando ¡Libertad! sobre la tierra,
ha de volver.
¡Y no podrán matarlo!

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