Durante
cinco años y medio estuvo haciendo lo mismo. Cada vez que llegaba el
tren a la estación, iba a esperar a los pasajeros. No necesitaba leer
los horarios. No le importaba ni el calor tórrido del verano ni el frío
gélido del invierno. Cuatro veces al día, con cada tren que llegaba, ya
fuera del norte o del sur, iba y esperaba pacientemente en el andén. Era
un perro, un perro pastor alemán.
Tiempo atrás se habían llevado, en tren, el cadáver de su amo, y desde entonces Shep, que era el nombre del perro, había ido a esperarlo a la estación a ver si volvía. Viejo ya, un día calculó mal sus pasos y lo arrolló un tren. Esto ocurrió en un pequeño pueblo de Canadá en 1942. Muchos años después, el pueblo aún celebraba al perro pastor alemán, Shep. Lo llamaban «ejemplo de fidelidad.»
La fidelidad no sólo es una gran virtud, sino que es además indispensable para el desenvolvimiento correcto de la vida diaria.
Tiempo atrás se habían llevado, en tren, el cadáver de su amo, y desde entonces Shep, que era el nombre del perro, había ido a esperarlo a la estación a ver si volvía. Viejo ya, un día calculó mal sus pasos y lo arrolló un tren. Esto ocurrió en un pequeño pueblo de Canadá en 1942. Muchos años después, el pueblo aún celebraba al perro pastor alemán, Shep. Lo llamaban «ejemplo de fidelidad.»
La fidelidad no sólo es una gran virtud, sino que es además indispensable para el desenvolvimiento correcto de la vida diaria.
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